Estoy aquí, sentado con cuaderno y birome en mano y con deseos de escribir, con suerte, algo que a alguien, aunque sea mínimamente, le resulte conmovedor. Pero, sin embargo, no hallo ideas en mi mente para lograrlo, por lo que decidí simplemente comenzar, más bien sin rumbo fijo y ver hacia donde me lleva el trazo.
Me encuentro en el living de mi casa y puedo observar la calle desde el ventanal, es una mañana fría y el movimiento afuera, siendo hoy domingo, es escaso.
Afuera veo pasar con velocidad los autos y, cada tanto, a unas pocas (muy pocas) personas transitar la vereda de enfrente.
Entre ellas puedo ver ahora a una joven, abrigada de tal forma que la ropa de seguro no le permite moverse con normalidad. Lleva un gorro de lana negro y sus manos metidas con fuerza dentro de los bolsillos de su campera, casi como buscando un segundo fondo.
Me pregunto que la llevaría a salir de su casa en una mañana como esta. Su forma de caminar no lleva prisa, y su rostro, que a penas se deja ver bajo una bufanda roja, se percibe problemático; lo delatan sus ojos, su ceño arrugado, y entre ambos conforman una mirada tensa; una mirada que aunque de seguro cierra para esta joven su percepción de lo que acontece a su alrededor, siendo esto tan irónico como posiblemente pueda llegar a serlo la más grande de las ironías, me permite a mí, un mero observador ver a través de esta, percibir su congoja, y especular en mi cabeza sobre las posibles causas de su malestar.
¿Tendrá acaso problemas en su hogar? De esta manera puede que salir a caminar sea una forma de alejarse de estos, tomar distancia de aquello que la afecta.
¿Dinero tal vez? No lo creo, personalmente cuando es el dinero lo que me preocupa medito mejor sobre este problema sentado con tranquilidad, justamente, en mi hogar, el cual me otorga más seguridad, y por lo tanto, me reconforta. Dicho esto, no creo ser tan diferente al resto del mundo, por lo que, en consiguiente, dudo que sea el dinero lo que preocupa a esta joven.
¿Amor? Los males de amores abundan, y son por lo general los que más aquejan a los de su edad (la cual calculo ronda entre los dieciocho y los veinte años). Seguramente es eso. ¿Se habrá peleado o separado de su pareja? ¿Será el cruel sentimiento de la soledad? Muchas veces podemos llegar a tener, en un mal día, el deseo masoquista de sentirnos aún peor de lo que ya nos sentimos.
Pensar y pensar sobre nuestro mal, acompañados por una fría y desolada mañana de domingo puede lograr a cumplir este deseo con creces.
Apenas puedo verla ahora alejándose, ya no puedo ver su cara, pero la recuerdo bien (al menos lo que pude ver de ésta), y ella se mueve todavía con la misma lentitud y rigidez que cuando paso frente a mí.
Con todo, y luego de haberle dedicado estos segundos de pensamiento sin que ella siquiera lo sepa, solo espero que cualquiera fuera su problema, lo vaya dejando detrás de si, paso a paso.
domingo, 26 de julio de 2009
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